¿Qué significan las fantasías de homosexualidad?

Las fantasías estimulan nuestra creatividad y nos liberan. En general, cuentan con mayor aprobación social entre los hombres. Sin embargo, aquellas relacionadas con el mismo sexo son reconocidas más ampliamente por las mujeres.

Es importante desterrar el mito que supone que las fantasías son la hermana boba de los deseos hechos acto, transitados en el espacio real; y que no las cumplimos porque no nos animamos, nos censuramos.

Este falso concepto es el que nos lleva a la idea de que las fantasías son amenazantes y que, por lo tanto, sería peligroso habilitarlas en nuestro imaginario, ya que nos acercaría al riesgo de hacer real lo fantaseado con toda la connotación de miedo y de culpa que ciertos deseos nos provocan.

Lo cierto es que las fantasías son tan verdaderas como las escenas reales, sólo que se manejan en el territorio de la imaginación. En el tema específico de las fantasías sexuales, este es un dato fundamental, ya que es justamente esta área de nuestro psiquismo donde la erótica se desarrolla a sus anchas. La imaginación es el lenguaje del erotismo. Nos conecta con los sentidos, éstos con las sensaciones y éstas con las emociones.

Por otra parte, es evidente que la imaginación está ligada con nuestra absoluta intimidad, lo cual resguarda a las fantasías de la amenazante mirada del exterior y, de este modo, nos permite ampliar los permisos para el despliegue de nuestro deseo y expandir el erotismo a zonas culturalmente prohibidas.

Cuando paralizamos los mecanismos de la imaginación, empobrecemos nuestra sexualidad.

Las fantasías nos enriquecen, estimulan nuestra creatividad, nos liberan, bajan tensiones, nos permiten “jugar a que somos otros” y, sin duda, suelen ser un antídoto contra la rutina sexual.

A tal punto son importantes que suelen utilizarse terapéuticamente: amparadas en la propuesta de un juego, un rol, inclusive de una máscara o vestuario, las personas logran desbloquear o desinhibir ciertos canales de su inconsciente que eran la causa de alguna disfunción sexual.

La cuestión de las fantasías sexuales, como tantas otras, contó con mayor aprobación social entre los varones. Aun hoy, muchas mujeres negamos nuestras fantasías, incluso las reprimimos, porque consideramos que tenerlas es incorrecto.

Sin embargo, es interesante observar lo que ocurre con las fantasías homosexuales en particular. Las mujeres las desarrollamos ampliamente mientras que son muy pocos los hombres que se atreven a sentirlas o reconocerlas. Las fantasías homoeróticas en varones heterosexuales son vividas como atentatorias de su masculinidad y avivan el fantasma de la homosexualidad.

Sin embargo, nuestro ser femenino no resulta tan vulnerable a las fantasías con el mismo sexo salvo en un porcentaje pequeño de nosotras. Podemos ser más lúdicas en este plano. Podemos inventarlas, aceptamos verlas en imágenes, nos animamos a compartirlas e incluso, en el campo de lo real, podemos actuarlas con mayor libertad.

Lic. Adriana Arias, psicóloga y sexóloga, co-autora de los libros Locas y Fuertes y Bichos y Bichas del Cortejo, junto a Cristina Lobaiza (Del Nuevo Extremo)

 

Soltera y feliz a los 40

En el libro “Ser feliz a los 40” (Ediciones B), Claudia Panno despliega con humor el “primer manual de autoengaño para las mujeres de 40” que, a pesar de todo, apuestan a la felicidad.

Hay un bando de solteras que vive a mil y sin embargo no tiene apuro. Pareciera que ellas disfrutan más del trabajo que de una relación. Toman las riendas de su vida y sorprenden a los hombres con esa actitud de heroínas que no quieren compromisos, porque están al servicio del bien… propio. Se trata de las nuevas singles de 40.

Este estilo de mujer autosuficiente que engendró el nuevo milenio la pasa muy bien ocupando puestos de gran responsabilidad, bebiendo champán en un after office y gastando en ropa y en viajes. No es que haya renunciado al marido y a los hijos, simplemente, estos no encabezan su lista de los top ten requeridos para sentirse plena.

Un motivo de felicidad se lo brinda el trabajo, por ejemplo, el preparar una ponencia para un congreso internacional, que luego expondrá ante una audiencia repleta de hombres de negocios solos. Frente a ellos se presenta muy formal y de trajecito para terminar tirando la chancleta con alguno después de la disertación.

Otro motivo de felicidad es ir al cine, al teatro o a un museo sin compañía, es decir, sin la necesidad de arrastrar a ningún hombre, que accede a esos programas si le aseguran que va a haber sexo después.

A pesar de que estas mujeres están solas, son el referente de muchas otras que acuden a ellas en busca de un consejo o de ropa. Porque viven sin hipocresía y sin los Oxford y las poleras de plush que sus amigas conservan por si vuelve la moda de los “asaltos”.

Una razón por la que permanecen solitarias es porque se volvieron tan exigentes que suponen que ningún candidato les llega a los talones. En el fondo, no buscan un par, sino alguien por encima de ellas, un súper hombre. Y hasta el momento el único que reúne esas condiciones es un dibujo animado, que al igual que ellas, tampoco quiere compromiso.

Las casadas las miran con malos ojos y no entienden su posición de permanecer solteras. De todas formas, las casadas sienten como una amenaza a todo ser viviente que use pollera, y eso incluye a los caniches toy.

Algunas se cuidan mínimamente –comen sano, practican deportes y se tiñen el pelo- y se sienten más satisfechas que de adolescentes, cuando debían luchar contra el acné y el sobrepeso. Otras, con mayor poder adquisitivo, recurren a la cirugía express (esa que les permite operarse el viernes a la madrugada e ir a la oficina el lunes por la mañana), aunque nunca lo declaran públicamente, al igual que sus bienes.

Las nuevas singles –lindas, inteligentes y profesionales- están marcando tendencia. Influyen sobre la mentalidad victoriana que todavía persiste en algunos sectores de la sociedad y que insiste en seguir colocando a la mujer en la cocina. Si el amor es tan importante como la comida, que sea con mejor nivel y, entonces, ellas proclamen: “Contigo pan y centolla”.

Claudia Panno, autora de “Ser feliz a los 40. Primer manual de autoengaño para la mujer moderna” (Ediciones B).

¿Los hijos de madres lesbianas se portan mejor?

Según un estudio realizado en Estados Unidos y publicado por la revista Pediatrics , crecer en una familia formada por una pareja de mujeres gays no supondría ningún inconveniente para el desarrollo normal de los chicos.

Los resultados de la primera investigación que hizo un seguimiento continuo desde el nacimiento de hijos de madres lesbianas hasta su adolescencia, arrojó resultados más que interesantes sobre una realidad que está en permanente discusión y debate.

De acuerdo al estudio, los hijos de madres lesbianas obtuvieron puntajes muy altos en habilidades académicas y sociales y mucho menores en cuanto a sus niveles de agresión y desobediencia que los hijos de parejas heterosexuales.

Si bien la investigación se desarrolló en Estados Unidos, la realidad es comparable con la de nuestro país. A pesar de que estas situaciones son cada vez más frecuentes, hay mitos y prejuicios que intentar prevenir y alertar sobre sus efectos negativos. Por ahora, ni aquí ni allá, estas “conclusiones” se han podido demostrar a nivel científico.  

El debate sin fin

«Hay muchos lugares en Estados Unidos donde las parejas del mismo sexo no pueden adoptar niños», señaló Nanette Gartrell, de la Universidad de California en San Francisco (EEUU), que comenzó en 1986 el Estudio Nacional Longitudinal de Familias de Lesbianas.

La mayoría de los que se oponen a que las parejas del mismo sexo puedan tener hijos suele utilizar como argumentos sus valores culturales y religiosos; algunos, sin embargo, también hacen referencia a que crecer con dos madres o dos padres no puede ser sano para un niño, explicó Gartrell. «Pero las evidencias científicas de que los padres homosexuales sean peores o mejores que las parejas convencionales, no existen», remarcó la investigadora.

«No hay ni un solo estudio que haya demostrado que existen problemas relacionados con el ajuste psicológico del chico”, explicó. Y agrega: «Las cosas que sabemos que cuentan para ser buenos padres son el amor, los recursos y estar muy involucrado en la vida de tu hijo».

Los datos

Los resultados se obtuvieron en un estudio de 77 familias con niños y niñas. Los investigadores entrevistaron a madres lesbianas acerca de sus hijos y después puntuaron a los adolescentes en una escala que se emplea desde hace décadas para analizar el comportamiento de los menores (Child Behavior Checklist). Cada niño completó, además, un cuestionario psicológico.

Al comparar los resultados, los hijos de parejas del mismo sexo eran más competentes en el colegio, presentaban menos problemas sociales, quebraban menos normas y eran menos agresivos.

Sin embargo, aquellos adolescentes que, de acuerdo a lo dicho por sus madres, sufrían ataques homofóbicos presentaban niveles de ansiedad más altos y más síntomas depresivos que sus compañeros. «Lo que muestran estos datos es que el problema no son los padres» sino la estigmatización, declaró Ian Rivers, profesor de Desarrollo Humano de la Universidad Brunel en Uxbridge, Gran Bretaña. Aunque, matizó, la homofobia está en descenso.

«Estamos empezando a ver cambios. Existe una cierta conciencia en los colegios acerca de que la homofobia es algo inapropiado», dijo el experto.

Rompiendo mitos

Según datos recientes, en Estados Unidos hay más de 250.000 niños con padres del mismo sexo. Según Rivers, que no está involucrado en el estudio, las preocupaciones iniciales acerca de la evolución de estos menores no se han cumplido.

«Estos niños no tuvieron que enfrentar a la mayor parte de los asuntos que los críticos  decían que tendrían que superar», sostuvo el británico. «Por eso este trabajo es importante».

Lo que aún no está claro es por qué los hijos de parejas del mismo sexo podrían presentar un estado psicológico mejor que el de los hijos de padres heterosexuales. Mientras que continúan los análisis de los datos, Gartrell sugirió que una posible razón es que las madres lesbianas hayan planeado cuidadosamente su maternidad y que estaban preparadas para ayudar a sus hijos ante cualquier tipo de discriminación que pudieran sufrir. «Son niños esperados, no accidentes», concluyó Gartrell.

Fuentes: elmundo.es/Reuters

Con derecho a la identidad de género

Siendo el sexo aquello que biológicamente portamos desde el nacimiento, el género es la construcción social de lo que somos en términos de plan de vida o autobiografía. Así como es posible que el sexo masculino o femenino se proyecte en sintonía con la construcción social de hombre o mujer, también es viable que no exista una relación simétrica entre sexo y construcción social del género que se habita por elección autorreferencial.

La biología configura un hecho no elegido sino dado, el género se construye sobre la base de nuestro deseo espejado en la mirada de los Otros que se proyecta sobre nuestra constitución subjetiva. Las personas se sostienen en el lenguaje que la ley provee y en el cual habitan.

En un ser humano los deseos pierden amarra en la biología y se vuelven operativos en la medida que se inscriben en el horizonte del ser sostenido por el lenguaje.

Si es importante el nombre que nos espera desde antes de nacer para marcarnos en un cierto linaje, cuanto más trascendental es poder elegir el nombre mediante el cual queremos desarrollar la vida en condiciones intersubjetivas igualitarias.

Encerrar a las personas en el sarcófago de la biología, sin importar el género que se elige como parte de un orden simbólico que posibilita ejercer el derecho a la identidad, confluye en una vida indigna donde la “muerte simbólica” sobrevuela la angustia discriminadora cotidiana.

El intento biologicista de imponer una moral sexual única implica la presencia de un Otro que se proyecta sobre lo más íntimo, desde el lugar donde lo más exterior llega hasta lo central. El Estado constitucional de derecho, con la garantía del pluralismo como fin último, intenta tutelar la extimidad de las personas respecto de su sexualidad, evitando justamente que la expresión del goce pueda verse cercenada por un odio que se encubre en los pliegues de un discurso replicado al infinito con ánimo de producir los efectos que nombra en torno a una construcción binaria (hombre/mujer) que no puede ser cuestionada bajo ningún punto de vista.

La media sanción del proyecto de ley de identidad de género por parte de una abrumadora mayoría en la Cámara de Diputados puso en funcionamiento un discurso jurídico comprensivo del género en términos de instauración normativa, que configura a los titulares de este derecho como un sujeto no predeterminado por la performatividad del discurso que no tiene por qué someterse a una operación quirúrgica contraria a su deseo o a producir determinada prueba judicial para estar contenido en los márgenes de la Constitución y la Ley.

Si realmente toda persona tiene derecho a su identidad de género, a su verdad personal, a ser considerado como realmente es y no un “otro impuesto”, los representantes del pueblo lograron operar una rearticulación esencial del estatus social y simbólico existente basado en la formalidad biológica, mediante un nuevo significante primordial que postula la dignidad universal de las personas bajo la mirada de la igualdad, la prohibición de discriminación y el pluralismo. En el tiempo de la autoridad de los derechos, otro motivo de orgullo para la democracia argentina.

Andrés Gil Domínguez | Profesor Titular de Derecho Constitucional y Posdoctor en Derecho (UBA)

Polémica en el aire: ¿discriminada por ser homosexual?

Leisha Hailey, actriz de la famosa serie “The L-Word”, escribió en su cuenta en Twitter que debió ser escoltada para bajar del avión en el que viajaba por besar a su pareja.

Leisha Hailey es una actriz estadounidense que se hizo conocida por su papel como Alice Pieszecki en la serie “The L-Word”, que retrataba la vida de un grupo de mujeres homosexuales en Los Ángeles. En el programa, su personaje vivía un drama personal ocasionado por su condición sexual. Y, lamentablemente, una experiencia de su vida real llama la atención sobre esa situación.

La actriz escribió en su cuenta de Twitter que debió ser escoltada para salir de un avión de la compañía Southwest Airlines por besar a su pareja de su mismo sexo. Según publica La Vanguardia, Hailey llamó al “boicot” de la aerolínea después de que una de las azafatas le llamara la atención a raíz de unas quejas de otros pasajeros al ver sus muestras de afecto. “¿Desde cuándo es ilegal mostrar afecto a quien quieres?”, escribió en la red.

Sin embargo, la compañía indicó que las quejas se basaban “en el comportamiento excesivo” de la pareja, “y no en el género”.

 

 

¿El amor tiene límites? Tips para las que amamos demasiado

Muchas veces nos entregamos en cuerpo y alma. Damos todo por el otro: dejamos de lado nuestros tiempos, nuestros gustos, nuestros amigos. Nuestra vida pasa a ser vivida por y para la otra persona, nos olvidamos de quién somos, de nuestra esencia.  Y eso no nos hace bien. Consejos para vivir un amor saludable.

Horas esperando un llamado. Una tarde completa mirando fijo la computadora como si, gracias a eso, facebook publicara automáticamente su mensaje.  Esperamos. Cambiamos planes, dejamos de lado nuestra agenda. Nos descentramos de nosotras mismas, de nuestro trabajo, de nuestros proyectos. Y vivimos para y por esa otra persona. Vivimos pensando únicamente en ellos, rebobinando frases falsas y actitudes que nos mantienen ancladas a relaciones sin futuro. Y seguimos esperando. Nos empecinamos en querer más de lo que nos quieren. Cedemos. Aceptamos. Nos olvidamos qué somos, qué sentimos, qué queremos, qué necesitamos.
Nos atamos a un mito. A ese que dice que el amor de verdad no tiene límites, que lo soporta todo y que lo acepta todo. Pero, en la intimidad, cuando nos vemos frente al espejo, admitimos lo que tanto nos duele: ese amor tan ansiado (¿idealizado?) no nos hace felices.
¿Hasta dónde amar?
No hasta el cielo. Ni más allá de nuestra dignidad, de nuestra integridad, de nuestra felicidad. “Nuestra cultura ha hecho una apología del amor incondicional, el cual parte de una idea altamente peligrosa: ´Hagas lo que hagas te amaré igual´. Es decir, que a pesar de los engaños, los golpes, el desinterés o el desprecio, si los hubiera, en nada cambiarían el sentimiento (…) Amor ilimitado, irrevocable y eterno. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante estupidez?”, dice Walter Riso en su libro “Los límites del amor. Hasta dónde amarte sin renunciar a lo que soy”, de Editorial Norma.
Lejos de lo que nos proponían los poetas, una relación que nos hace sufrir y nos hace corrernos de nuestro propio yo no nos hace bien.  “El mito del amor sin límites ha hecho que infinidad de personas establezcan relaciones dañinas e irracionales, en las que se promulga el culto al sacrificio y la abnegación sin fronteras”, detalla el psicólogo.
Pero si el amor teórico, el de las novelas, es ilimitado y no admite condiciones, el amor terrenal, ese que nos toca vivir día a día, sí las precisa. “Reconocer que existen ciertos límites afectivos no implica necesariamente dejar de amar, sino aceptar la posibilidad de modificar la relaciónen un sentido positivo o, simplemente, alejarse y no estar en el lugar equivocado, aunque duela la decisión”, explica Riso.

¿Cómo saber si amás demasiado?  
Según el autor, estos son los síntomas de que la cosa no funciona:

-Empezás a envidiar a otras parejas.

-Se activa tu recuerdo de viejos amores.

-Una duda metódica hace su aparición: ¿me habré enamorado de la persona equivocada?

-Cada nuevo día se siente como un bajón.

-Vivís un sinsabor permanente que te va quitando la alegría.

¿Y por qué nos sometemos a este tipo de vínculos? Por miedo a la soledad o al abandono; porque somos emocionalmente dependientes; porque no nos sentimos queribles o merecedoras de algo bueno, por mandatos sociales de los que nos cuesta despegarnos, por… Las razones son muchas, pero, en definitiva, se relacionan con pensamientos negativos frente a nosotras mismas.

Poné al amor en su sitio
Dale un significado nuevo a tu experiencia afectiva: construí tu relación. “Al amor hay que reubicarlo hacia arriba, más cerca de la razón y más lejos de la pretensión omnipotente y sentimentalista que lo ha caracterizado. (…) Otorgarle una nueva cualidad, sin perder su esencia, implica asumir unos valores distintos a los convencionales, cambiar la cantidad por la calidad y destacar que no importa cuánto te amen sino cómo lo hagan”, aconseja Riso. Y deja estos tips para comenzar el cambio:

-Revisá tu mitología del amor de pareja y reemplazá algunos valores tradicionales (fusión/comunión, generosidad, deber) por otros más orientados a fomentar el bien común y más adaptados a nuestros tiempos. Un amor democrático.

-Incluí en tus relaciones los “derechos humanos”. Respetate –y hacé que respeten- tu dignidad y tu integridad. Apostá por un amor digno.

-Flexibilizá tus dogmas: todo depende. Puede ser que un matrimonio no sea para toda la vida; no toda separación es un fracaso; el amor no lo puede todo.

-No pierdas tiempo con quien no quiere dialogar ni negociar.

-“No esperes peras del olmo”. No vivas aguardando un cambio que no llega. Y, tal vez, nunca llegue.

-No te esfuerces en explicar lo obvio.

-Comprometete con vos e intentá ser coherente: pensá qué querés y esforzate por cumplirlo.

-Practicá el individualismo responsable: amá sin destruir tu yo.

-Recordá que sos una persona y no una cosa.

-No practiques la victimización ni la autocompasión.

Dejá las lágrimas para la novela de la tarde. Esas historias de amor dolorosas, sufridas, plagadas de traiciones y desencuentros se ven espléndidas detrás de la pantalla. Pero no en nuestra vida. Amar no es sufrir ni padecer. Amar nos es esperar ni callar. Amar no es someterse. “Podemos amar sin destruirnos a nosotras mismas. (…) Para amar no debemos renunciar a lo que somos, ésa es la máxima. Un amor maduro integra el amor por el otro con el amor propio, sin conflictos”, propone Walter Riso. Animate a un amor saludable.

¿Amas o amaste demasiado? Compartí tu experiencia con nosotras.

En pareja estoy, en pareja soy: rompé el mito de la media naranja

Crecemos escuchando que alguien “renunció a todo por él” o aquella frase de una vieja canción que dice que “nada tiene sentido si tú no estás”. Casi sin darnos cuenta, entre las imágenes novelescas y las frases repetidas, crecemos idealizando al amor, como un gran salvavidas que nos rescata de nuestro naufragio. Pero, en esa mezcla de sentimientos, nos olvidamos de vivir como sentimos, como soñamos.

Desde que nacemos, buscamos ser amados. Primero pasamos por el “incondicional amor materno” que nos “reconoce”, nos protege, nos da todo y nos asegura nuestra supervivencia sin nada a cambio. Seguimos caminando por la vida buscando que nos quieran: nuestros padres, abuelos, maestros, profesores, amigos…

Crecemos escuchando frases como “renunció a todo por él”, “te doy todo y así me lo agradeces” o aquella de una vieja canción que dice “nada tiene sentido si tú no estás, tú me das el aire que respiro”. Casi sin darnos cuenta, entre las imágenes novelescas y las frases repetidas, crecemos idealizando al amor, como un gran salvavidas que nos rescata de nuestro naufragio.

Entonces, sos incondicional, das todo por él, esperás todo de él y quedás atrapada en una gran red de expectativas mutuas… Que se esperan y no siempre se cumplen, pero igual seguís esperando: “si me quiere, me lo tiene que dar”, te repetís. Y lo que terminás recibiendo es frustración, resentimiento, dolor, angustia.

En esa mezcla de sentimientos, se escapa el deseo y, en lugar de “porque te necesito, te amo”, lo terminás “amando porque lo necesitás”. Por miedo a la soledad, porque no terminás de confiar en vos, por no animarte a abrazar la vida, a vivir como sentís, a vivir lo que soñás, lo que proyectás. Porque, en algún rincón de tu corazón, no creés que alguien pueda amarte y terminás siendo lo que el otro espera que seas. Casi sin querer, hipotecás tu vida y renunciás a tu individualidad, a tu libertad.

Entrampada en este vínculo estás “feliz de haber encontrado a tu media naranja” que te cambió la vida. Van juntos a todas partes, no deciden nada sin consultarse, hasta piden el mismo plato de comida cuando van a un restaurante, se llaman por teléfono todo el tiempo… “No somos uno sin el otro”, sonríen con la satisfacción y la certeza de haber encontrado “el amor”.

Hace un tiempo leí una definición de la palabra amor que me resulto interesante: “el amor es una emoción que sólo se puede sentir, vivir en libertad”. El amor es uno de los sentimientos más idealizados: crecés pensando que el verdadero amor es incondicional. “Te quiero, aunque me desvalorices (sé que no lo hace, a propósito, sé que sos bueno, que me querés). Te quiero, aunque no te gusten mis amigas, ni mi trabajo y creas que mis familia no te soporta (igual sé que me querés). Te quiero, aunque quieras saber de mí día y noche y que si no estoy de acuerdo con vos te enojes… Porque te quiero, no me gusta verte así. Entonces, hago la mitad de las cosas que hacía, aunque no entiendo porque igual te seguís enojando”.

Un día te mirás, y te preguntás si este es el amor que tanto esperabas vivir. Te lo preguntás mientras te sentís nerviosa por tantas explicaciones y no sabés por qué le consultas todo, hasta las decisiones más personales. Te divertía muchísimo salir con tus amigas, pero hace meses que no las ves. Esas situaciones que vivías amorosamente al comienzo de la relación, hoy las vivís con dolor.

Seguí tu intuición, cree en lo que sentís. No sos desagradecida con nadie por eso: el amor es un ida y vuelta, no estás en deuda con nadie más que con vos. Hablá de lo que sentís, leé sobre el tema, accioná desde el lugar que puedas.

La vida está en constante movimiento, y ese movimiento lo generas únicamente vos en cada decisión que tomás, que puede ser para disfrutar o sufrir, para crecer o no. Estás en pareja para compartir lo que sos, lo que querés, lo que deseás, para que juntos disfruten los logros y las elecciones individuales. Estás en pareja cuando te sentís querida y respetada a pesar de estar enojados. Estás en pareja cuando vivenciás, que él no es tu “media naranja” que viene a completarte sino que cada uno es una “naranja entera” que se acompañan, disfrutan, crecen. Me gustaría compartir esta frase: “sólo se ama verdaderamente a quien no se posee”. ¿Desde que frase elegís vivir el amor en tu vida?

Lic. Adriana Waisman, psicóloga especialista en conductas adictivas y trastornos de ansiedad.

Fingir el orgasmo o ir por él ¿ Por qué no gozar de verdad ?

El orgasmo es una respuesta fisiológica, emocional y social: une el cuerpo a la capacidad de gozar y de compartir la experiencia sexual. Sin embargo, los condicionantes socioculturales han sido causa de muchas limitaciones a la hora de hacer el amor.

La mayoría de las mujeres tienen orgasmos, aunque la respuesta puede variar. Algunas tienen orgasmos por coito vaginal y por la estimulación focalizada del clítoris. También existen mujeres que privilegian el uso de vibradores al de las manos, obteniendo una buena respuesta orgásmica por este medio.

La sensibilidad del clítoris a los estímulos eróticos puede detonar el orgasmo por el simple roce con la almohada, el colchón, o el chorro de agua del bidet o la bañera. Los componentes emocionales son imprescindibles: la relajación y la entrega a la experiencia emocional, considerando el encuentro sexual como positivo y vital son fundamentales.

En todos los casos la respuesta es fisiológicamente normal, sin embargo hay mujeres que privilegian el orgasmo por penetración y creen (tanto ellas como sus parejas) que si no lo tienen son «anormales».

Fingir el orgasmo

A pesar de que muchas mujeres tienen las capacidades físicas y emocionales intactas para tener orgasmos deciden fingirlo ¿Por qué?

Dos estudios realizados en Inglaterra y en Nueva Zelanda encontraron cierta incongruencia entre las verbalizaciones de placer y el placer real. Aproximadamente un 25 % relató que emitían gemidos y verbalizaciones durante casi toda la relación sexual y un 50 % durante una parte del encuentro.

Consultadas sobre por qué necesitaban emitir gemidos y expresiones de placer, casi el 90% de las encuestadas respondió que lo hacían para aumentar la autoestima de sus parejas, y un 50% agregó a la respuesta anterior otros factores: dolor durante el coito, aburrimiento, cansancio y apuro por limitaciones de tiempo.

Con el fin de evaluar la consideración del orgasmo en su relación de pareja, casi el 68% de las mujeres respondió que no se separarían aunque nunca llegaran a un orgasmo con ellos.

El imperativo del coito

Otra hipótesis estudiada por los investigadores de Nueva Zelanda es si la relación pene-vagina seguía teniendo la misma importancia a la hora de tener un orgasmo, subestimando otras prácticas. La conclusión es que sí, el «imperativo coito» sigue ocupando un lugar privilegiado en las prácticas sexuales: «el sexo no es en realidad sexo si no ocurre la penetración pene-vagina».

Otro aspecto que aún sigue vigente es la prioridad que tiene el hombre para guiar la relación y para alcanzar su orgasmo, dejando a la mujer a la espera de otra oportunidad con mejor suerte.

Tips para tener orgasmos verdaderos

* Disponer de tiempo suficiente para en encuentro sexual.

* Un buen juego previo ayuda a relajarte y a una buena lubricación.

* Intentá expresar lo que realmente sentís. Es un tema de los dos romper con el mito del «imperativo coito».

* Hay muchas variantes para obtener el orgasmo, no des prioridad a la penetración.

* Dejá que el otro use la boca, las manos, un vibrador.

* Masturbarte durante la relación o usar un vibrador son variantes para incorporar a la relación.

* Pedí lo que te gusta o lo que necesitás para lograr placer.

* No intentes dejarte de lado para complacer exclusivamente al hombre.

* La relación es de los dos, para los dos. Ninguno tiene prioridad.

Dr. Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.

Swingers y trios : ¿ Vale la pena ?

 

Se lo preguntamos a la sexóloga más famosa: Alessandra Rampolla. Nos dijo por qué sí y por qué no meter a alguien más en la cama.

Difícil pregunta si vale la pena o no probar un trío, porque para algunas personas requetevale la pena probar y para otras es un desastre total.

Tiene mucho que ver con cuán seguro uno está de que realmente quiere vivir una experiencia versus que solo disfrute imaginar cómo sería tal experiencia. Y esa es un área muy difícil, donde la persona tiene que llegar a una determinación.

Más allá de eso, si uno en verdad quiere experimentar algo, hay que tener en cuenta que los tríos son complejos. Si entre dos personas ya es complicado de por sí, acá estamos agregando un tercero que no es una persona principal en la relación de pareja, pero que obviamente se merece todo el respeto y toda la consideración. Y ese tercero va a traer un montón de cosas externas con las que hay que tratar.

En caso de avanzar, tiene que estar previamente negociado; tiene que saberse bien qué es lo que se va a esperar; hay que tener un plan A, un plan B y un plan C. Si las cosas no salen como imaginaban y si tal situación a mitad de camino no es como pensaban, ¿cómo van a reaccionar?

Todo eso tiene que estar previamente analizado, discutido y negociado. Y, aún así, a menudo es muy difícil. Para la gran mayoría de las personas no termina siendo algo favorable porque impacta en la relación de pareja y muchas personas no pueden sobrepasar los celos, o lo extraño que les pareció, o que tal vez a uno le gustó más, o lo que fuera.

Pero para otras personas funciona maravillosamente. Entonces, ¿quién soy yo para decir qué está bien y qué está mal? Si les gusta, entonces está bien. Pero, ojo: hay que saber que muchas veces no funciona y que es un riesgo grande que se toma en términos de mantener la integridad de la pareja. Es complicadito.

¿Probaste un trío o un intercambio de parejas? Si no lo hiciste, ¿te tienta la idea?

» No podía fingir más»

Tras 13 años de matrimonio, Graciela Balestra le pidió el divorcio a su marido y se fue a vivir con la mujer de la que se había enamorado. Hoy, celebra esa decisión.

El día en que Graciela Balestra abrió la puerta sintió que podía respirar 10 mil primaveras juntas, correr hasta desmayarse y beberse la vida en un solo trago. “Sentía que el corazón me iba a estallar, que tanta alegría no cabía dentro de mi cuerpo. Quería gritarle al mundo que era feliz”, recuerda con ojos sin nubes y una sonrisa sincera.

Cuando Graciela, ingeniera y psicóloga, salió del closet tenía 36 años, 13 de matrimonio y dos hijas pequeñas. Pero se animó, y decidió asomarse a un mundo que llevaba décadas negando. “¡No tenía que fingir más!”, dice acentuando, casi sin querer, el no. “Nadie que haya tenido que pasarse una vida mintiendo puede entender lo que pesa fingir, lo que se sufre, lo que cuesta esa angustia”.

Y a ella le costó caro.

Un día consultó por un catarro y le descubrieron un tumor en un pulmón. “Fue el corolario de un sinfín de dolencias somáticas. Yo vivía enferma y qué casualidad que lo más grave que me pasó tuviera que ver con no poder respirar, con ahogarse…”. Lo que a Graciela le cerraba la garganta era justamente lo que no podía decir: que siempre se enamoraba de mujeres.

 

Asumir lo que no entra en la cabeza

“El primer recuerdo que tengo de la cuestión, y me acuerdo muy bien, fue un día a los cinco años en el que le pregunté a mi mamá qué podía hacer para convertirme en varón”, dice, pero aclara que la pregunta no escondía ninguna necesidad fálica. “Ojo. Yo no quería convertirme en nene, yo quería encontrarle una vuelta ‘normal’ al hecho de que me gustaran las nenas”. Mamá, obvio, contestó que nada podía hacerse y Graciela sintió que una persiana se bajaba para siempre. Siete años de primaria y cinco años de secundaria en un colegio religioso en Caballito terminaron de cerrar el candado.

“Tuve un montón de amores platónicos, en los que me enamoraba perdidamente de alguna amiga. Obvio, la chica en cuestión no se enteraba y yo sufría una barbaridad pero no tanto de desamor sino de la culpa que me daba asumir que me gustaban las mujeres”.

A pesar de estas evidencias, a los 22 años Graciela se casó con su primer novio. “Lo quería mucho, y lo sigo queriendo, pero no era amor”, dice como explicándoselo.

Tuvieron dos hijas. Ella asegura: “Hubiera tenido más. Porque siempre tuve claro que quería ser mamá”. Mientras tanto la vida seguía, Graciela se había recibido de ingeniera, era catequista y daba clases en la Universidad Católica. Un mundo en el que asumirse como lesbiana no entraba en la cabeza de nadie, aunque la suya estuviera a punto de estallar: “Me atormentaba, pensaba que lo que sentía era anormal, que no tenía cura y que era la única persona en el mundo a la que le pasaba. Nunca, jamás, lo pude hablar con nadie”.

“¿No será que…?”

Pero no hay mal que dure cien años, ni culpa que dure mil. Cuando a Graciela la operaron del pulmón su vida dio un giro. “Por suerte fue benigno, pero tuve muchísimo miedo a morirme. Y empecé a plantearme qué era lo que estaba haciendo de mi vida. Y todo se recrudeció”. Aunque había salido bien de la operación, empezó a sentirse cada vez peor. “Sufría muchísimo. No podía sacarme de la cabeza lo que quería ser, pero tampoco podía soportar el hecho de hacerle daño a los que quería, mis hijas, mi marido, mis padres. La culpa era terrible”.

Graciela empezó terapia, pero eso tampoco parecía ayudarla. “Tardé años hasta que pude hablar del tema. Un día en una sesión me animé a decir ‘¿no será que lo que me pasa es que me gustan las mujeres?, pero encontré prejuicios en una profesión en la que nunca los debería haber. Tuve terapeutas que me dijeron que me olvidara del tema. Seguí buscando hasta que pude encontrar la profesional que me ayudó a reconocerme”. No fue fácil. “Una vez casi me mato en la Panamericana. Iba a no sé cuántos kilómetros por hora, con la cabeza a mil y casi choco. Cuando paré en la banquina me di cuenta que así no podía seguir”. Y no siguió.
Cambio de vida

En una sesión, su analista le recomendó conectarse con otras mujeres a las que les pasara lo mismo. “Fui a un grupo de reflexión de una ONG y cuando escuché lo que contaban otras chicas, dije ‘esto es lo mío’. A veces parece mentira, yo era profesional, había ido a la universidad, miraba la tele, veía lo que pasaba en el mundo y no me daba cuenta de que me pasaba a mí”.

La mirada dulce, pero firme, de un par de ojos color almendra le dieron el empujón que faltaba. Graciela cruzó a Silvi -Silvina Tealdi-, la dueña de los ojos almendra, en una reunión. “La vi y dije con esta mujer voy a pasar el resto de mi vida”. Quedaron en almorzar en una cantina de Palermo y nunca más se separaron. Quedaba lo peor: explicitar la situación.

Graciela habló con su marido. “Le dije que me quería divorciar, pero no me animé en ese momento a decirle el motivo real. Después, de a poco, lo fui blanqueando y hoy tenemos una buena relación”. Se fue a vivir con sus hijas “dejarlas no se me pasaba por la cabeza”- a un departamento con Silvi. “¡Qué felicidad por Dios! Volaba para llegar a casa, cuando antes daba vueltas para demorar la vuelta. Me sentía plena”.

 

La mirada de los otros

Las cosas se fueron dando solas. “Mis hijas fueron las primeras en entenderme. Cuando fueron más grandes les pregunté si les molestaba que viviera con una mujer y me contestaron que no, porque Silvi es divina. Hoy, para el Día de la Madre, ellas compran dos regalos”.

En cambio, a sus padres se animó a contarles recién un año después. Parecía que ellos nunca habían percibido ninguna señal: “Mirá cómo será que actúa la negación, que no lo podían creer, a pesar de que venían a visitarme y veían que vivíamos juntas. Finalmente terminaron por aceptarlo y me pudieron comprender”.

De su vida anterior conservó pocos afectos. Una de las situaciones más elocuentes de lo que puede causar la noticia la vivió con un amigo. “No me vas a decir que te hiciste lesbiana”, dice que le dijo, después de su divorcio. “Le contesté, ‘bueno, si querés no te lo digo’. No lo volví a ver más”.

El cambio en la vida de Graciela incluyó un nuevo trabajo y hasta una nueva carrera: empezó a estudiar Psicología, dejó la Ingeniería y fundó la ONG Puerta Abierta, para ayudar a que otras mujeres no la pasen tan mal como ella. Actualmente, sigue viviendo con Silvina y sus hijas, ejerce como psicóloga y dedica su vida a ayudar a otras mujeres a salir del closet.

Cuando se le pregunta si le hubiera gustado poder decir antes lo que le pasaba, Graciela se queda pensando un segundo, como si repasara cada una de las escenas que se eslabonaron a lo largo de su historia. Por fin, con una sonrisa serena, reitera el interrogante y reconoce: “¿Si me hubiera gustado poder decirlo antes? Y…quizás, sí, para hacer sufrir un poco menos a los demás, pero lo cierto es que no reniego de esa vida anterior. Esa es la vida que me dio dos hijas hermosas y me permitió conocer al amor de mi vida… ¿Qué más puedo pedir?”

 

Otras ONGs para pedir ayuda

* La Fulana. www.lafulana.org.ar. Mail: lafulana@lafulana.org.ar Tels: 4384-7413, 15-6548-9542
* Federación Argentina LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans). www.lgbt.org.ar
* Comunidad Homosexual Argentina (CHA). www.cha.org.ar